viernes, 14 de septiembre de 2007

Tus moros azules

Tus moros azules
de Jaime L. Marzán-Ramos



Ni cuenta te has dado de cuán profundamente me han tocado tus moros azules.  ¡Nace la maravilla cuando tu mirada ojizarca se cruza con la parda mía, y se tocan en el aire sin aparente consecuencia; danzando al borde de lo prohibido, rasgando la superficie de éste, el más recién nacido de los secretos míos!
Tu abrazo ocular es como una enredadera de seda flotante que, fuerte y liviana, me abarca todo. Durante el mágico abrazo, un cuarteto de cuerdas acompaña el viaje de mis manos mientras reptan de tu cintura a tu espalda, buscando adivinar cómo se encrespa el corto vello de tu cuello, y te siento titiritar.  Deposito sobre tu mejilla mi ardoroso aliento, escondes tus moros azules y te escucho suspirar mientras, dulcemente rendida, en medio de la convergencia, buscas mi virilidad.  Amorosamente incitativa dejas escapar un lánguido no –que en realidad es un resabioso sí, un sutil no querer queriendo que te quema- mientras te abres al éxtasis, deseando pecar intensamente. 
La resistencia no existe. Te recojo y te entrego a mi Basquiat y, cuando regresas, estás pintada sobre mi memoria, con tus brillosos moros azules gritando ¡quiero más, quiero más! 
La obra te presenta tal y como te pedí: sentada sobre una silla de palos de caoba y pajilla, con tu pierna izquierda recogida sobre el asiento, la rodilla apuntando al cielo y tu codo sobre ella descansando, dejando caer al vacío tu largo brazo.  Del otro lado, escondida, tu sabia mano te presta un curioso dedo que con sutileza separa las cortinas rosadas tras las cuales se esconde el secreto de tu tibia y líquida pasión.  Casi imperceptible, toca a las puertas de tu húmedo interior, traspone el carnoso umbral y penetra, experto y firme, hacia el dulce escondite donde celebras tu sexo…
Y aquí estás.  Aquí te tengo.  Capturada.  Delineada en azul y mirando al oeste del lienzo. Tu corto pelo casi esconde tu fina cara mientras tu mentón casi toca tu jadeante pecho. Mareada de placer, invadida por una divina debilidad, tu otra vagina –que es tu boca- deja caer, inconsciente, un hilo de savia que discurre entre tus pícaros montes y, como fría y prístina lava, avanza hacia tu cráter umbilical, inundándolo, para luego internarse en la diminuta selva de fragantes minutisas que tan celosamente guardan tu sexo.
Hacia él me dirijo, con mi sabia cabeza y su curiosa lengua buscando el moro en tu azul interior y el azul de tus moros. Se juntan tu dedo y mi lengua, tu savia y mi saliva, y unidos, descorremos el velo de nuestro pecado al son del bacanal extraño que celebramos en tus adentros con una energía capaz de apagar soles… 

Qué pena, mi bella y dormida Isabel, que hasta ahora ni cuenta te habías dado de cuán profundamente me habían tocado tus moros azules… 
Pero ahora que lo sabes, ¿verdad que es una maravilla?



© Jaime L. Marzán-Ramos, 2006

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